“El orden del desorden del Universo
Todo es caos. Todo es revelación”
(karina isabel roldán)
Cerrar los ojos, confiar en el cuerpo.
Cerrar los ojos, confiar en la Vida.
Cerrar los ojos.
Confiar…
Podría ser la premisa esencial en el amanecer de cada día. No temer abrirnos a las oportunidades y que el vuelo alcance el acto sagrado de existir.
Nos han enseñado a confiar en la medicina convencional sin mostrarnos la sanación desde nuestro espacio personal e íntimo. Uno es su propio médico. Durante años el “miedo” fue y es utilizado como herramienta silenciosa para alejarnos más y más de la propia sabiduría. Nos quieren dependientes. Nos quieren necesitados y con una conciencia débil. Depositamos nuestra vida a otros, ingerimos pastillas, cortamos los procesos internos de curación e inflamación del cuerpo. Queremos todo solucionado YA y AHORA. Así perdemos la certeza de aquella voz interior que sana. Una voz que habla cuando la mente quiere llevarnos por la senda equivocada.
Existen otras maneras de sanarse y de vivir. Nos dormimos mientras cedemos el poder a otros sobre nosotros y la realidad corre, al tiempo que la calidad de vida empeora. El marketing publicitario acrecienta sus bolsillos junto a los laboratorios que celebran las ganancias millonarias. Y los humanos envejecemos a corto plazo, enfermando a través de los alimentos, a través de la misma medicina y sus remedios y químicos. Cuerpos sometidos a la voluntad de terceros que dicen tener la fórmula mágica de la eterna juventud. La naturaleza responde pero no la oímos. Es más fácil el otro camino, el camino más fácil. Pero hay rutas alternativas que promueven el bienestar sin pretender soluciones rápidas que acorten las etapas o aniquilen nuestro hogar más amado: EL CUERPO. Entendiendo los tiempos necesarios para reencontrar aquella salud perdida en manos de otros. Ninguna ideología, ninguna religión, ni psicología tiene autoridad sobre nosotros más que nosotros mismos. Por ello también cuando el adulto comienza a danzar se siente extraño. No sabe en dónde está situado y es habitual que esto suceda cuando nos lanzamos a la aventura de reconocer nuestro cuerpo. Ahí está el misterio. Ahí empieza nuevamente a resonar el verbo CONFIAR. Nos estamos reconociendo desde otro lado. Nos sentimos extraños y preferimos evitar el hecho de tener que atravesar una barrera incómoda. He aquí el gran desafío, adaptarnos. Comprender que tendremos que abrirnos al abismo del movimiento y entregarnos a lo que suceda. Dejar que nos atrape el ridículo, caernos. La mente entrenada en base a imágenes, ideologías, conceptos adquiridos, buscará adentrarse en los canales de un lenguaje ignorado y lo captará en la medida que se despoje de muchas y viejas cargas de los pensamientos. Si liberamos la exigencia de hacer todo bien ocurre el milagro de amar poco a poco aquello que vamos incorporando. Clase tras clase. El arte está embebido de una esencia que espiritualmente nos lleva a compartir vivencias. La Tierra y el Cosmos viven en nuestro ser y si nos brindamos a la experiencia seguramente lo divino se asiente en nuestro corazón.
Disciplinar es ordenar el cuerpo y enseñarle un camino. Ser uno el conductor de ésta maquinaria inteligente. Podemos quedarnos en la vidriera como espectadores, pero también podemos ser protagonistas sudando, calentando la sangre, dejando que nos sorprenda lo novedoso. Lo más fácil siempre será permanecer afuera. Lo más difícil es vivir desde adentro, desnudándonos de aquellas capas donde habita nuestra verdad.
El arte sana y transforma. Sucede con cada pulso, sucede en una sola danza. Tenemos una vida entera para jugar, regresando a ese estado de meditación que, en la niñez y sin darnos cuenta, nos sumía en un mundo donde éramos uno con el TODO. Un mundo donde confiar.
© Karina Isabel Roldán (2016)