Desde su origen, se ha convertido en una de las técnicas ideales para el logro de los objetivos que toda disciplina del movimiento supone. Es riguroso, exigente y al mismo tiempo se disfruta por su contenido libre. El claro trabajo expresivo, más el cuidado puntilloso en los detalles teatrales que adornan la celebración escénica, permiten el destaque y lucimiento dentro de cada personalidad. La ductilidad de un artista posibilitará, a futuro, crear en base a su cuerpo, sus aptitudes técnicas en la búsqueda del virtuosismo y de las tonalidades sensitivas que puede moderar.
Jack Cole, bailarín y coreógrafo norteamericano es considerado su padre creador. A fines de los años ’40, principios de los ’50, dio formato al movimiento que popularmente carecía de un aspecto técnico. Enriqueciéndolo con la sumatoria de danzas, sobre todo aquellas provenientes de la India, donde él se había perfeccionado. Jack Cole y su discípulo Matt Mattox, transformaron en escuela académica un estilo que tenía la pretensión de fusionar la diversidad ya existente en la danza mundial. En sus comienzos, la danza jazz no era enseñada con un encadenamiento lineal. La clase consistía en una gran improvisación en la cual los profesionales se reunían y bailaban siguiendo al líder, mientras que los no profesionales coincidían en la vivencia colectiva integrándose. Esta improvisación aún persiste en un determinado momento de la clase, de forma tal que los alumnos reactiven sus reflejos al seguir una secuencia; que interactúe su cuerpo con el espacio y mantengan despierta la capacidad de atención en el hilván de lo repentino.
El Modern Jazz posee inmediatez de comunicación. Una energía efusiva que desparrama vitalidad y alegría en quien la ejecuta, contagiando a quien lo mira, y además manifiesta un poder dinámico no común en otras formas de danza. Su pluralidad de estilos pone acento en la importancia del encuentro con el propio y aborda la capacidad de improvisación. Cada maestro de Jazz, cada intérprete, cada coreógrafo le aportará su característica individual. En la clase de Jazz, cuando se trabaja la improvisación, tiene gran relevancia el hecho de permitirse celebrar el placer, al desbloquear los centros. El bagaje personal de cada alumno, su vida social, crianza, educación, son parte de la experiencia y la confianza en uno mismo va rearmándose durante el aprendizaje. El arte de improvisar es un juego inherente hacia lo profundo del Ser, para ejecutar el propio instrumento en el espacio, motivando los sentidos. Su resultado es un estímulo, en la búsqueda del sello que definirá la esencia del futuro maestro de jazz, del eximio intérprete de dicha técnica.
Un pilar considerable es que el alumno comprenda en su cuerpo la adaptabilidad del jazz como estilo académico, siendo elástico y admisible en la incorporación de otras escuelas. Que conozca la técnica en su totalidad, entremezclando las otras danzas que se fusionan, y adquiera la voluntad característica de saber y poder improvisar secuencias de movimientos que nazcan de su íntima conexión con la música. Es un desafío incesante que induce a la creatividad. Al tomar contacto con esta técnica los alumnos, desde que son principiantes, son conscientes de cada tramo de su cuerpo, sensibilizándolo, disfrutando de las músicas del mundo y sobre todo regocijando los capullos de su esencia. Todas las artes en general y en particular el arte de la danza purifican el espíritu, gracias a la comunicación directa con nuestro interior y el mundo de la contemplación. Es sanador a nivel músculo/esquelético porque corrige aspectos del cuerpo brindando una buena y correcta colocación a la columna vertebral. El dominio del eje central acomoda los pies cuando estos arraigan su fortaleza desde abajo hacia las cervicales. Las vértebras respiran salud y libertad y la metamorfosis ocurre con el tiempo. A la hora de transmitir la pedagogía de la danza opté por otros senderos utilizando mis propias fórmulas fructíferas en la maduración artística.
Nuestro cuerpo entraña un arte diario de consagración, conectado con los meridianos que atraviesan la circulación sanguínea de la cabeza a las extremidades inferiores y en el reflujo de cada marea lunar nos unimos a nuestra naturaleza.
© Karina Isabel Roldán (2009)
Texto perteneciente al libro DE AMARES, ediciones de autora.
Publicado en la revista digital Transtierros (Perú)