“En la soledad de los días descubrí que no estaba aislada. Éramos espejos de una idéntica realidad, almas gemelas desteñidas por el patriarcado. Una música de tambores estalló en el aire y el espíritu de todas tembló al unísono como si mil vidas nos hubiesen renacido de tantas muertes. La manada de ovarios no se acobardó. Estábamos en un laberinto cuya única salida dependía de la corazonada que habita en el hueco entre los senos. Apreté mis manos, suspiré y la vida se abrió. Entendí que era una mujer de creaciones infinitas y que ya no estaba sola. Nuestro fuego azotaba desde el vientre y empezaba a quemar con mayor fuerza. Entonces salté, bailé y dejé de creer en las reinas y en las princesas de los cuentos donde nos habían esclavizado”.
Karina Roldán