Los pasos sincopados del blues abrazan mi destino. Camino hacia la decisión final y en la pequeña valija guardo recuerdos, olvidos, un mundo verdadero que jamás di a conocer. Allí, entre la escasa ropa habitan el miedo y la realidad. Miro para atrás, se esfuma el pasado. Mis ojos retratan estampas en sepia para depositar el rostro de la incredulidad en el suelo donde voy a desplomarme. No sin antes evocar la que fui, tu pasaje por mi cuerpo y las voces que acallé. Por el aire viciado vuela el impermeable gris que destapa mis caderas, la carne consumida y los huesos en relieve. Muevo sutilmente las piernas en un vaivén que adormece los muslos. Al transitar los pasillos de mi subconsciente descubro muchos adioses que siempre dijiste en tono amenazante pero a la luz yo los negaba. Resultaba más fácil dar vueltas sobre mí misma y modificar la dialéctica acorde las vivencias. Di patadas en vano, se agitaron las cuerdas silentes de un plexo que luchaba por imponer sus creencias. Recostada sobre mis hombros lloré lejanías sabiendo que si me arrastraba un poco más, humillándome, obtendría recompensas a futuro. Pero nada sirvió. Ni mis lamentos golpeando contra el muro ni el alejamiento obligado. Sola y de pie. Hundida y resquebrajada, veo las imágenes de aquella noche triste cuando pasean desoladas. Caigo y me levanto reiteradamente. ¿No he aprendido todavía? Deberé voltear hacia otra diagonal para enfrentarme al espejo de la que ahora soy. Las preguntas huelen rancio. Ya mi madre expresaba certezas pero nunca quise escucharla. Preferí ahogar mi cabeza en el alcohol a tener que dar la razón. Nada me frenaba. Podía saltar de un lado a otro sin control, tropezar con desconocidos, huir desesperada hasta enloquecer por una noche de sexo y una madrugada aborreciendo la necesidad de cubrir mi soledad. Abrir mis secretos femeninos no significaba develar el misterio de mi alma. Nadie tenía acceso directo al reflujo interno del dolor.
En el neceser tirado en este piso no hay más que huellas estampadas entre los pocos objetos que hay allí dentro. ¡El absurdo me rodea! Me siento absurda pataleando como niña ante la puerta de la habitación de mamá y ella sin abrir. No me escucha. No me siente necesitada ni me ciñe a su cintura.
Un vals suena de pronto junto a los ecos del blues. Con mi espalda alzada se empina un tridente sobrepasando la altura de mis brazos elevados hacia el cielo. Camino sinuosa, reptando, y mi pelvis se retuerce en añoranzas. Mi sombra acompaña el regusto de tus manos empotradas en ellas. El deseo se mezcla. Ascienden las trompetas que destrozan la materia en mil cristales desprovistos de átomos que arrasan con mis defensas. Una campana ilusoria vibra en la diagonal e intento renacer, sin embargo busco la vía de escape más próxima. No hay templos ni refugio para mi hostilidad. Por un lado u otro quiero huir, desvanecerme en lugar de morir. La idiotez del amor me abunda. ¡¡Qué tonta he sido para amar!! ¿Es que acaso existe una inteligencia para hacerlo? Confieso no haberla utilizado.
Desde las raíces de mis pies trepa una pasionaria con hojas partidas y frutos resecos. Le nacen espinas. Mi corazón se acelera y de nuevo encuentro el rostro de mi madre suplicando coherencia, dignidad, amor propio. Procuro entenderla. La voz se aquieta, también el silencio me abandona. Tomo aire y retrocedo una vez más con furia y remordimiento: -¡perdón mamáaaaa!- grito casi ahogada.
Una valija yace vacía junto al impermeable gris. Ahora mi cuerpo nada entre las aguas. En el fondo de aquel abismo brota la respuesta, entre la vida y mi muerte.
© Karina Isabel Roldán (2014)
Escrito para mi coreografía “Blues in the Night” y publicado en la revista digital Danza Net
Intérprete: Cami Pérez